Bajo el paraguas de la relajación se engloban un conjunto de técnicas que se utilizan para tratar aquellos desórdenes en los que la activación, o arousal, tiene un papel importante. Un ejemplo sería el caso del insomnio.
Para entender qué es eso de la activación o arousal, podríamos pensarla como una moneda con dos caras. En sí misma no es perjudicial, pues ante una amenaza percibida, nos permite movilizar nuestros recursos para poder hacer frente a la situación de forma inmediata. El problema viene cuando le damos la vuelta a esa moneda, y el estado de hiperactivación se prolonga en el tiempo o cuando aparece ante estímulos que no suponen una amenaza real. Cuando esto sucede, el organismo empieza a sufrir las consecuencias del estrés (trastornos cardiovasculares, enfermedades relacionadas con el sistema inmune, cefaleas, cambios en el estado de ánimo, desesperanza, percepción de indefensión y pérdida de control…).
Esa respuesta de activación y estrés tiene un sustrato biológico, siendo dos los sistemas fisiológicos que están implicados en ella.
El Sistema Nervioso Simpático se encarga de poner a punto a nuestro organismo para hacer frente a las demandas ambientales. Lo hace bombeando más sangre a todo el cuerpo, con el aumento de la frecuencia cardíaca y la presión sanguínea; haciendo que la respiración sea más rápida y profunda, con mayor oxigenación; tensando los músculos y preparándonos para actuar; se segregan glúcidos y lípidos a modo de combustible; la transpiración aumenta para facilitar la refrigeración del exceso de calor; se liberan factores de coagulación… Y cuando la amenaza persiste, a toda esta cascada de cambios se suma la puesta en escena de la adrenalina, la noradrenalina, el cortisol, la corticosterona, la tiroxina, la vasopresina…
En el otro extremo, tenemos el Sistema Nervioso Parasimpático. Como su propio nombre indica, PARA el exceso provocado por el sistema simpático, y es el encargado de la respuesta de relajación. Este sistema es el objetivo diana de las técnicas de relajación, que buscan aumentar su actividad al tiempo que reducen la actividad del sistema simpático.
El objetivo último de estas técnicas es lograr un estado de hipoactivación generalizado. A nivel orgánico encontramos una disminución de la activación cortical, de la tensión y el tono muscular, del metabolismo basal, de las hormonas del estrés (adrenalina, noradrenalina, cortisol, corticosterona, tiroxina…), del colesterol y ácidos grasos en plasma, y del azúcar en sange; y por un incremento de leucocitos (aumentándose posiblemente la función inmunológica) y la recuperación de tejidos. Pero también aparece una relajación a nivel cognitivo que disminuye los pensamientos intrusivos, la desesperanza, la percepción de indefensión y mejora la percepción de autocontrol, entre otros. Es fundamental que la relajación se dé a estos dos niveles ya que están íntimamente relacionados y la hiperactivación en uno de ellos, generará muy posiblemente activación excesiva en el otro.
Se utilice la técnica que se utilice, los ingredientes fundamentales son la constancia y el compromiso ya que se ha demostrado que la práctica diaria es crítica para la obtención de los beneficios comentados.
Por último, decir que las técnicas de relajación no sólo se utilizan de forma terapéutica para intervenir en personas con desórdenes mentales o físicos, sino que también están siendo utilizadas como un recurso de autocontrol personal y de mejora de la calidad de vida.
Paula García Casanova.
Psicóloga de la Unidad de Sueño de Vistahermosa.