A mitad de la noche me despiertan los gritos aterradores de mi hijo. Voy a su habitación y lo encuentro sentado en la cama, con taquicardia, sudoroso, con cara de susto y de miedo, balbuceando cosas que no tienen sentido. Por mucho que lo intento, no consigo consolarlo ni que responda a mis palabras ni a mi consuelo. El episodio suele terminar espontáneamente, volviendo todo a la normalidad y durmiéndose el niño otra vez.
Lo que ha pasado es que el niño ha tenido un terror nocturno. Éstos son muy típicos entre los 3 y 5 años, suelen suceder a la hora y media o dos horas de haberse dormido y en muchos casos, algún familiar cercano sufrió en la infancia episodios similares o somnambulismo. La razón por la que el niño no responde es sencilla: estos episodios ocurren desde un sueño muy profundo, la fase III del sueño NREM y durante el episodio el niño permanece en este sueño profundo, por lo que por mucho que le hablemos e intentemos consolarlo, no vamos a obtener respuesta.
¿Qué hago si mi hijo tiene terrores nocturnos? Primero hay que tranquilizar a los padres y hacerles ver el carácter benigno del cuadro y que sepan que los episodios suelen desaparecer cuando el niño madura. Cuanto más cansado vaya un niño al sueño nocturno, tenderá a hacer más sueño profundo, con lo que tendrá más probabilidad de tener terrores nocturnos. Un momento muy típico en el que aparecen es cuando se les quita la siesta, habitualmente a los cuatro años. Si nos encontramos ante un episodio debemos ir al lado del niño, tomar las medidas oportunas para que no se haga daño si está muy agitado y sentarnos con él hasta que el episodio cese.
Para prevenir episodios intenta que no llegue excesivamente cansado a la noche: que haga una siesta a medio día, crea unas rutinas en lo que a la hora de acostarse y levantarse se refiere y evita los estimulantes (colas, chocolate) en las horas previas al sueño, así como las consolas y los video-juegos.